EL PRIMER CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE LA HISTORIA

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Los alemanes y los ingleses, primos lejanos al fin y al cabo, se disputan la aberrante invención de los campos de concentración. Mientras unos sitúan el hecho en la Guerra de los Boer los otros lo ubican en la II Guerra Mundial, donde el concepto se desarrolló hasta extremos  diabólicos. Otros precedentes  no “formales” podrían ser los reconcentraciones del General Weyler en la Guerra de Cuba,  el ejército de EE.UU. en sus Guerras Indias y en la Guerra de Secesión o el Ejército de la República Argentina en su sistemático exterminio de los indígenas en el Norte y Patagonia.

Recientemente un historiador canadiense, Denis Smith, calificó  una historia negra española no muy conocida en torno a la Guerra de la Independecia como el primer campo de concentración de la historia. Y como veremos no le falta razón. Se trata del atroz cautiverio que vivieron unos 14.000 soldados franceses y aliados capturados en la batalla de Bailén. ¿Es posible tal cosa en España, en el centro mismo del mundo católico?, se preguntaba en agosto de 1813 el Diario de Palma con indignación.

La invasión francesa llevó al general Pierre Dupont de l’ Etang desde Madrid hasta el sur de España para capturar el puerto de Cádiz y completar la ocupación de la península. Con los infantes de marina de la Guardia Imperial (para servir en la flota francesa  en Cádiz), los hombres de la Guardia de París, los veteranos suizos y  reclutas italianos y polacos, el ejército de Dupont se vio hostigado provincia tras provincia . El héroe de Ulm y Friedland, vencedor de austriacos y rusos,  finalmente se rindió en Bailén. Los términos de la rendición de Dupont el 26 de julio de 1808  incluían a las tropas del general Vedel que estaban invictas y acordaban que los franceses iban a  ser repatriados  a Francia, concretamente  Languedoc,  Florencia, o el puerto de Lorient y devueltas sus armas .

Culpado por Napoleón del desastre, Dupont expió amargamente  su fracaso:  fue encarcelado a su llegada a Francia junto a los otros generales vencidos y privado de todos sus grados, títulos y condecoraciones, borrado su nombre del anuario de la Legión de Honor, prohibiéndosele el uso del uniforme militar y el empleo de su título de conde y  se le confiscaron todas sus pensiones. Por primera vez era derrotado un ejército napoleónico y lo que era peor sin presentar apenas batalla y el Emperador no tuvo clemencia. Opinaba al respecto “No creo que sea necesario hacer grandes preparativos en Rochefort, ya que dudo que los británicos  dejen  pasar a estos imbéciles y los españoles devuelvan sus armas a aquellos que no han luchado”. El almirante inglés Collingwood, por órdenes superiores, bloqueó los intentos iniciales de la Junta local para retornarlos.

Procedentes de Sanlúcar de Barrameda, donde estaban recluidos en pontones, barcos desarbolados utilizados como prisiones flotantes que habían sido capturados a los mismos franceses meses antes, los detenidos comenzaron a llegar a Mallorca casi un año después, en abril de 1809, en 16 de estos navíos escoltados por los británicos. Antes estuvieron cuatro meses agonizando en los barcos, donde morían de 15 a 20 por día víctimas de la diarrea, la disentería, la fiebre tifoidea y el escorbuto y los cadáveres eran arrojados al mar, llegando a la costa y amenazando serios problemas de infecciones a los habitantes de una ciudad que venía pocos años atrás de sufrir una epidemia de peste bubónica.

El avance francés en la península y la situación insostenible de los presos decidió a las autoridades a enviar una parte, la mayoría de oficiales y marinos, a Canarias y el grueso de la tropa y sub-oficiales a las Islas Baleares, teniendo más suerte los  primeros que en gran parte sobrevivieron y  terminaron rehaciendo su vida allí. Todo lo contrario de lo que pasó en Mallorca, donde la Junta se negó a recibirlos  alegando peligro de epidemias y “influencia perniciosa” de las ideas revolucionarias de  los prisioneros. Se decidió trasladarlos a Cabrera,  un islote de  17 kilómetros cuadrados a unos diez km. de Mallorca totalmente deshabitado en esa época (aunque no siempre, la leyenda dice que fue el lugar de nacimiento de Anibal ). Menorca también se había descartado para evitar la proximidad  a una base naval que todavía mantenían los ingleses en Mahón .  En esa época la población de la isla mayor era de 150.000 habitantes y a cambio de cuidar a los presos la Junta de Mallorca acordó recibir ventajas fiscales importantes, algunos subsidios en efectivo y  exenciones del servicio militar.

Cabrera ciertamente no puede ser comparado con la brutalidad del Holocausto, pero sí puede compararse  a los acontecimientos de Andersonville (durante la Guerra Civil Americana) o los campos de concentración de la Guerra de los Boers (Denis Smith)

El 5 de mayo de 1809, tras 36 días de travesía,  2.979 suboficiales y soldados franceses son desembarcados. Seguidos, entre el 9 y 12 de mayo de 1809, por un segundo contingente de 1248 hombres . Esta vez 40 oficiales se quedan en Palma y 381 en Mahón . Hasta el final de este año, unos 2.500 prisioneros más fueron desembarcados. Otros seguirán llegando dentro de los 5 años siguientes, alcanzando un total de 11.800 , según Denis Smith. En 1810, 800 oficiales y suboficiales serán trasladados a Gran Bretaña para seguir su encarcelamiento. Otros 600 hombres en su mayoría suizos, alemanes e  italianos son enrolados en el Ejército español. Por último, un número aproximado de cien presos lograron escapar. En 1814 solo volvieron a Francia 3389 presos.

El suelo de Cabrera es rocoso y árido, con pocos árboles. La roca se cubre con una fina capa de tierra baldía. La vegetación constaba de mirto, romero, algarrobos, acebuches, retama, madroño y  madreselva. Un pequeño bosque de pinos  proporcionaba algo de leña. En cuanto a la fauna unas pocas cabras salvajes y un asno, que sobrevivió durante un tiempo usado de transporte. Algunos conejos en un islote vecino, lagartijas,  gaviotas y cormoranes, además de peces y mariscos en abundancia.

Existía  un pozo de agua  insalubre, usado para cocinar la ración diaria previa ebullición y una fuente de agua fresca, de la que salía un hilillo que no cubría una cuarta parte de las necesidades, y se secaba durante el verano. La sed, además  del hambre, es  el gran sufrimiento de los presos y la principal causa de mortalidad. Pronto, la desnutrición, la disentería, el escorbuto, la sarna y el tifus  diezman las filas de los prisioneros, muriendo unos 1.800 los seis primeros meses. Al principio, una barca les llevará alimentos y agua cada cuatro días, pero al sucederse los intentos de hacerse con ella para huir y por otras causas diversas, espaciará su visita hasta extremos ignominiosos. La desesperación se  apoderó de ellos con el tiempo, a pesar de que intentaran organizarse y crearan un hospital, un cementerio, una prisión y hasta una compañía de teatro y una capilla. Muchos se volvieron locos, se dió algún caso de canibalismo y las fugas estaban castigadas con la muerte. Es reseñable la existencia de veintiuna mujeres  entre los prisioneros, que fueron liberadas en su mayor parte en 1810. El porqué nunca los barcos de Napoleón atacasen a un bergantín inglés y dos cañoneras españolas para rescatarlos es una pregunta a responder.

Una crónica de lo que sucedió en la isla, que enlazo para no extender más el ya farragoso artículo y que  recomiendo encarecidamente por describir la vida de estos pobres desdichados, puede leerse en esta revista  haciendo click en la imagen siguiente. Tiempo de Historia nº 84, noviembre de 1981, Víctor Claudín

Finalmente en  mayo de 1814 llegó la noticia de que la guerra había            terminado. “Una alegría incomparable nos invadió a  todos. Algunos          parecían volverse locos … Otros se abrazaron, llorando …” , escribió un cronista. Tuvieron que recorrer la isla para  buscar a aquellos que vivían en cuevas aislados de los demás. A su regreso a Francia, los prisioneros liberados no   tuvieron desfiles ni bandas musicales sino que fueron puestos en cuarentena. El ex-comandante que los había  abandonado, el general Dupont, rehabilitado por el Rey, propuso enviarlos a Córcega en una especie de exilio  por considerarlos reacios al nuevo régimen.  Marsella se levantó y liberaron  a los “Cabrériens” de nuevo, facilitándoles comida, ropa y dinero. Por primera vez en casi cinco años, estos desgraciados eran libres.

Los prisioneros españoles en Francia también fueron tratados con dureza, trabajando como mano de obra en la construcción de canales y drenaje de pantanos. En marzo de 1809 Napoleón escribió al general Clarke, el ministro francés de guerra, sobre una columna de prisioneros españoles: “Doce mil presos vienen de Zaragoza. Están muriendo a razón de 300 a 400 al día. Por lo tanto podemos calcular que no más de 6000 llegarán a Francia … Ordene un régimen  de dureza, estas personas deben ser obligados a trabajar, les guste o no. La  totalidad de ellos son fanáticos y no  merecen consideración alguna” .

Los franceses que cayeron en manos británicas tampoco tuvieron mejor suerte en los pontones de Gran Bretaña. Tal vez el contexto del tratamiento de los prisioneros de guerra en general durante las guerras napoleónicas y en otras guerras ayude a juzgar la importancia de los hechos de Cabrera.

En 1847 una escuadra francesa  reunió los restos de los soldados fallecidos y los inhumaron en una  tumba  común donde se colocó una lápida que contiene la inscripción: «À la mémoire des Français morts à Cabréra» en un obelisco de 7 metros de altura. Cada año se detiene un buque de la Armada francesa a llevarles flores.

El 6 de mayo de 2009  en un acto de desagravio y reconocimiento con ocasión del 200 aniversario de su llegada, las tropas de la fragata francesa Capricorne y del cazaminas español Tajo rindieron honores a los caídos que “como valientes lucharon y como héroes  murieron”, según el protocolo militar, junto a un piquete de Infantería del regimiento Palma 47, ataviado con uniforme y armamento de época, que dispararon las salvas de rigor.

La isla de Cabrera fue declarada  Parque Nacional Marítimo Terrestre en 1991 y constituye el espacio de mayor biodiversidad íctica de todo el Mediterráneo. Se ha reintroducido la tortuga boba y se está estudiando hacerlo con la foca monje, ambas en peligro de extinción. En verano hay un ferry que permite visitarla a los turistas, aunque solo son accesibles algunas zonas y se permite el fondeo de yates previo permiso en los lugares habilitados al efecto.

Bibliografía

Pierre Pélissier , Jérôme Phelipeau. Les Grognards de Cabrera, 1809-1815 . Paris, 1979.

Bennásar Alomar. Cabrera: La junta gubernativa de Mallorca y los prisioneros del ejercito napoleónico. Palma, 1988.

Smith, Denis. The Prisoners of Cabrera: Napoleon’s Forgotten Soldiers, 1809-1814 . New York, 2001.

Crónicas de la época. De 1815 a 1853,  al menos diez de ellos  dejaron  testimonio escrito de esos largos años de miseria. Sirva su mención como recuerdo a las víctimas.

Dubuc (Relation circonstanciée de la situation des prisonniers français détenus dans l’île de Cabrera, depuis le 5 mai 1809 jusqu ‘au 16 mai 1814, 1815), J.Quantin et Paul Saint Aubin (Trois ans de séjour en Espagne…, 1823), C. de Méry (Mémoires d’un officier français, 1823), Robert Guillemard(Mémoires, 1826), Louis-Joseph Wagré(Les adieux à l’île de Cabrera…, 1833), Henri Ducor (Aventures d’un marin de la Garde impériale, 1833), Bernard Masson (L’évasion et l’enlèvement de prisonniers français de l’île de Cabrera, 1839), Gabriel Froger (Souvenirs de l’empire: Les Cabrériens…, 1849), Louis Garneray (Mes Pontons, 1851), Abbé C. Turquet (Cinq ans de captivité à Cabrera ou Soirées d’un prisonnier d’Espagne, 1853).

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