UN SÁBADO PLÁCIDO

Tour de Francia 2012

La pereza le había conquistado, y con ella había traído a la relajación que nos empuja a soñar. No era propio del señor Leis dormir a media tarde, pero el cansancio acumulado es demasiado y el arroz de la paella ha tocado fondo. Tras una madrugada estresante en el trabajo, y una mañana arreglando el jardín, se ha ganado ese reposo. De modo que cuando se deja caer en el sofá y apoya su cabeza en el cojín para ver el Tour de Francia ya sabe que va a dormitar, con más razón ante una etapa llana. Imagina los radios de las bicis cortando el aire, al helicóptero tomando imágenes mareantes y, cómo no, los adecuados comentarios insulsos ante el lento discurrir de la serpiente multicolor.

De igual manera sabe que no está bien quedarse sólo en casa, sabe que debería acompañar a su mujer y su hijo a la residencia. Después de todo es su suegra y el hecho de visitarla cada sábado es mejor que atenderla todos los días. Sin embargo sus neuronas van cerrando las puertas al exterior mientras sigue el monocorde tono de los informativos que antecede a la carrera. Tras unos minutos donde se nos informa del calendario de entrada de la toboggan gonflable siguiente ola de calor aparece la entradilla habitual. Apenas unos minutos más tarde el constante parloteo de los comentaristas se convierte en una canción de cuna. El especialista en ciclismo trata de contar un chiste para tapar la sosería de su compañero, empeñado en darnos el nombre del séptimo castillo que nunca visitaremos. Sin embargo su gracejo personal es incapaz de frenar la desconexión total, ni siquiera las bocinas de la caravana que acompaña a los corredores evitan su caída en manos de Morfeo. Otra realidad atrapa su mente. Lo último que llega a su pabellón auditivo es la despedida-regañina-encargo de su mujer, pero el señor Leis se encuentra muy lejos para quedarse con la canción.

La señora Leis observa desde el recibidor con una mezcla de decepción y cabreo. El panorama la desespera. Ese saco de huesos que tiene por marido se ha espatarrado en medio del salón con el brazo cruzado sobre su espalda y la saliva queriendo asomar por la comisura de los labios. Por suerte hoy no ha buscado cualquier absurda disculpa sobre el trabajo o sus problemas de espalda, simplemente su cuerpo no tiene energía. Se le ve en los ojos. Sólo por esta vez le perdonará, aunque no le gusta nada conducir, y menos si son cuarenta kilómetros con Guille hasta la residencia. Más le vale no acostumbrarse. Esperemos que arregle la puerta del jardín, casi mejor recordárselo antes de que se convierta en zombie. Ahora todo lo que queda por saber es cuando se decidirá Guille a abandonar el ordenador y, por suerte para él, baja las escaleras corriendo a la tercera llamada de su madre. El coche enfila la nacional 507 tras dos minutos de reproches que el niño aguanta con resignación, pese a saber que son para su padre.

Rodolfo salta el muro del patio trasero sin grandes problemas. Ya no está como en sus años universitarios pero su metro setenta le proporciona una facilidad trepadora ideal para su trabajo. Tras cinco minutos de ansiosa espera desde la marcha de la familia ha llegado su momento. Sus pies apenas rozan la hierba mientras se acerca para echar un vistazo a través del cristal de la puerta corredera del salón. Para su sorpresa hay una estatua humana tumbada boca abajo en el sofá. Tras tres semanas de vigilancia intensiva por la zona la familia a la que rinde visita ha cambiado su rutina, precisamente hoy que se había decidido a entrar. Pero, eh, un momento. Sobre la mesa han dejado un par de regalos interesantes, podría conseguir algo de valor con mucho cuidado y sin gran esfuerzo. Además la mancha oscura del cojín azul donde reposa la cabeza de la estatua humana demuestra que puede permitirse cierta libertad de movimientos.

De modo que desliza con gran cuidado el obstáculo que le separa del salón. Se asegura de que no haya nada en el suelo que pueda estropear el plan y avanza con sigilo hasta la mesa de mármol. Alarga el brazo hasta el punto de parecer ajeno al resto del cuerpo y, sin gran esfuerzo, alcanza su primera captura. Un IPhone bastante desgastado acaba en su bolsillo derecho. La segunda presa es de mayor tamaño y se encuentra en peor disposición pese a estar más cercana. A la derecha del objetivo un jarrón con rosas todavía relucientes. Obstaculizando el encuentro con sus garras un llavero y un mando a distancia. Podría proceder a apartar ambos objetos, pero se estremece de pensar que las llaves puedan retozar juguetonas y fastidiar la operación. De modo que se abalanza sobre la mesa con gran cuidado y arrastra su presa lateralmente hacia el sofá con su mano derecha. La palma de su mano izquierda saluda al Ipad mientras hace de plataforma y enlace con su bolso de mano. Al cabo de unos segundos de ajuste la cacería ha finalizado, llega el momento de abandonar la grata compañía durmiente. Se da la vuelta y no puede evitar una sonrisa al observar el Tour sintonizado en la tele. Nada como el Tour y los documentales para quedarse traspuesto.

Al tiempo que cierra la puerta del jardín Rodolfo maldice su escaso valor. Siempre le quedará la duda de si podría haber recorrido toda la casa sin mayor problema. Es una duda que le suele enredar varios minutos de pensamientos tras cada robo. Las posibilidades de llevar el riesgo un poco más allá es algo contra lo que lucha cada día de trabajo, está en cuestión su libertad. La discusión interior se suele cerrar con una frase: “es demasiado tarde para lamentaciones, otro día irá mejor”.
A lo lejos resuenan los cantos de los coches policiales y Rodolfo se siente aliviado de no haber hecho un recorrido por las habitaciones. Poco tiempo hubiese tenido para ampliar su botín. Los coches de policía ignoran su caminar y Rodolfo lo agradece pero a lo lejos oye algo que le inquieta. Una sirena distinta se deja oír. Al cabo de unos segundos la imponente presencia de un camión de bomberos asola la calle. Rodolfo no sale de su asombro pero no echa la vista atrás, cualquier gesto puede resultar sospechoso.

En el mundo de los sueños el señor Leis está dando una fiesta en el patio. Guille corretea con sus amigos mientras papá  charla con algunos padres que se acercan a la barbacoa donde prepara unas hamburguesas. Tiene grandes invitados a los que no ve desde hace años, algunos vecinos y compañeros de trabajo  están viendo el Tour en el salón. Habla con Lidia, su novia en la Universidad, sobre lo distinta que es la vida cuando se tiene familia. Es entonces cuando la estridente voz de la señora Leis rompe el buen ambiente con un grito. ¡Fuego! El señor Leis se queda estupefacto, ha servido todas las hamburguesas y sólo quedan las brasas. ¿Qué diablos está ardiendo? Tiene que ser dentro de la casa pero nota el colapso de sus vías respiratorias, el humo pretende adueñarse de sus pulmones. Suelta una tos ligera, los ojos se desperezan y la barbacoa desaparece para encontrarse con un difuso fondo azul empapado de su propia saliva.

Estaba soñando pero la situación es muy real. El humo extiende sus dominios por la casa adelante y el señor Leis se abalanza sobre la puerta de salida al patio. Es una lástima, se había olvidado de que se atasca si la cierras totalmente. Maldita jeux gonflables sea la hora en que arregló el jardín por la mañana, debería haber cambiado la goma de la puerta y dejar las flores para la tarde. Por suerte la entrada principal está despejada, sólo debe cubrirse la boca para no respirar el humo.

En el patio delantero se encuentra con todos los vecinos observando el cielo. En realidad observan como el segundo piso es asaltado por las llamas pero eso no lo descubre hasta que su cabeza se despeja. Entonces el mundo se le viene encima. No ha renovado el seguro y va a perderlo todo por una maldita siesta.

Guille cierra las ventanas rápidamente a la primera llamada de su madre, Windows se despide con su soniquete habitual cuando el tono de llamada de su madre sube ligeramente y  ya está bajando las escaleras como una centella cuando su nombre está flotando en el aire por tercera vez. Sabe que es afortunado, ha conseguido evitar la cuarta llamada, lo mejor es entrar directamente al coche. Todavía sorprendido por la no presencia de su padre ante el volante un olvido quiere asomar en sus pensamientos. Sin embargo no será hasta que paren ante la residencia que salte un chispazo. Se le ha olvidado apagar la regleta de enchufes del ordenador, pero seguro que papá lo hace por él.

Foto: Mundodeportivo

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5 Comments on "UN SÁBADO PLÁCIDO"

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11 years 10 months ago

Lo malo de tus micro-relatos es el tiempo que pasa entre uno y otro. ¿No tendrás guardada en algún disco duro alguna novela para ir publicando a entregas?

11 years 10 months ago

Hostia Lastrado… No sabía que escribías en plan “profesional”. Luego todo esto tiene una coherencia y un hilo conductor…? Entonces… ¿Se ordenarán todos estos relatos algún día para que podamos disfrutar la historia completa? ¿Será como la peli de Pulp Fiction? ¿Habrá que comprarse el libro? ¿O realmente no van unidas? …

11 years 10 months ago

Me siento bastante identificado con el señor que se acuesta en el sofá para ver el tour de francia.
Me encantan tus relatos lastrado, leyendo tus mensajes espero ansioso la historia encadenada de la que hablas.

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