NADAL VS FEDERER: EL DERECHO A (NO) ELEGIR

Custer abrazado tras su derrota en Little Big Horn. Federer abrazado tras sus lágrimas por la derrota en el Open de Australial 2009.

Ya sé que aquí siempre serán Caballo Loco y el General Custer, con todos los simbolismos que Flagrant, Aupa, Liang y alguno más se han encargado de mostrarnos en estos casi dos años (¿tanto? ¿ya?), pero para mí sólo son dos seres extraordinarios de los que disfrutar. Así que me tomo la libertad de autoplagiarme y publicar aquí ese post que escribí en principio para otro blog en el que colaboro.

Últimos instantes del Roland Garros 2011. Nadal está a sólo un paso de entrar un poco más si cabe en la leyenda del tenis y del deporte en general, y en Twitter mi TL se inunda de comentarios críticos (por decirlo de un modo suave) con el público francés, que, como siempre, parece claramente volcado con Roger Federer y llega incluso a abuchear al español en el último set. Es ahora, cuando el duelo está encarrilado para el genio de Manacor, cuando las gradas de la Philippe Chatrier toman definitivamente partido por el maestro de Basilea, al que van a ver derrotado por cuarta vez. Y yo, que me alegro como el que más por la victoria de Nadal, no acierto a comprender la reacción colérica hacia el público parisino. ¿No ha pagado su entrada? ¿No es libre de mostrar sus preferencias por uno u otro tenista, aunque no las compartamos?

Leo muchas razones por las que enfadarse con el público. Algunas son hasta lógicas. Pero no acabo de compartirlas del todo, tal vez porque en el fondo yo también deseaba que ganara Federer, y quiero pensar que la actitud de los espectadores tiene que ver con la misma frustración que yo también siento al ver que no lo va a lograr. Y sí, acabo de decir unas líneas más arriba que me alegro como el que más con el sexto título de Nadal en París. Y no me parece algo contradictorio. Me explico. Descubrí a Roger Federer en el Masters de Houston, en 2003, en un partido de semifinales ante el entonces número 1 de la ATP Andy Roddick. Por entonces apenas seguía el tenis más allá de las finales que disputaran los Ferrero, Moyá y compañía, y no conocía de nada a aquel jugador que ya había conquistado su primer Wimbledon y que estaba destrozando sin despeinarse al todopoderoso cañonero de Nebraska. El impacto que me causó aquel encuentro fue enorme. Es evidente que no soy un experto en tenis, pero el juego del suizo me emocionó. Sus golpes, sus movimientos, su imagen, todo era de tal plasticidad que hacía que pareciera extremadamente sencillo superar en pista rápida al entonces cuasi invencible Roddick.

Elegancia. Supongo que es la palabra con la que más identifico a Roger Federer. Elegancia en la pista y fuera de ella, elegancia en su juego, en sus declaraciones y hasta en el vestir (desde aquí lanzo mi particular homenaje a los diseñadores de Nike para el jugador suizo). Elegancia y talento, por supuesto. A eso, supongo que Federer le añadiría altas dosis de trabajo para poder llegar a lo más alto en un mundo dominado entonces por los sacadores, y también para mantenerse sin apuros en esa cima durante tantos años… hasta que apareció Rafa, claro. Pero esa historia ya la sabemos todos. Lo que quiero decir es que desde esa primera noche en Houston me enamoré del juego de Roger, de su capacidad para dominar desde cualquier posición, con cualquier golpe, independientemente del rival, y encima haciendo que pareciera sencillo, tremendamente natural. Desde entonces, ver jugar a Federer me llenaba, porque reunía todo lo que yo entendía por tenis.

Al contrario de lo que me ocurre con el fútbol, nunca seguí demasiado el tenis en su vertiente más competitiva, y supongo que por eso en el deporte de la raqueta me siento más libre para disfrutar con cada jugador, independientemente de su nacionalidad o de cualquier otro factor. No tuve que elegir de pequeñito unos colores concretos y defenderlos para toda la vida contra viento y marea, sin preguntarme por qué ni plantearme, por supuesto, cambiarlos por otros sólo porque en ocasiones me gustara más lo que se veía en la otra acera. La sociedad no me empujó a hacerlo. Para mí el tenis era diversión pura y dura, tal vez porque está presente en algunos de los momentos más felices de mi infancia. No en esos recuerdos que implican grandes victorias deportivas o personales, sino en esos pequeños retazos de cotidianeidad que se evocan con una sincera sonrisa de añoranza. En vacaciones (y en realidad en cuanto teníamos una tarde libre) nuestros padres solían llevarnos a mi hermana y a mí a las instalaciones del Monte El Viejo, a escasos kilómetros de Palencia. Allí paseábamos por sus circuitos de tierra, entre viejas encinas y majestuosos robles, y esperábamos a que quedara libre alguna de las cuatro pistas de tenis para pelotear un rato, hasta que la cercanía de la noche hacía imposible seguir la bola. Jugando por jugar, sin competir, sin intentar ganar puntos, sólo pasando la bola por encima de la red, aprendiendo algunos rudimentos pero sobre todo disfrutando de una tarde en familia haciendo un poco de ejercicio en contacto con la naturaleza. Descubriendo el deporte más puro.

Con el fútbol, como digo, fue distinto. Al tiempo que comenzaba a darle patadas a un balón, tuve que elegir (o tal vez me impusieron, ya no me acuerdo) un equipo al que apoyar y, por extensión, un equipo al que “odiar”. Esa eterna (y en parte absurda) batalla entre colores me ha impedido el disfrutar con ciertos equipos y jugadores como debería haberlo hecho por el amor que siento hacia el propio juego, aunque poco a poco creo que lo voy superando. Pero por fortuna en el tenis no he tenido ese problema. Simplemente un día me topé con alguien que me hacía disfrutar, y luego vino otro que también me hizo gozar, aunque de otra manera. Porque Nadal me apasiona de un modo distinto a como lo hace el suizo. El balear es todo lucha, todo carácter, pura mentalidad ganadora. No es que Federer no tenga eso, porque lo tiene, ni que Rafa no tenga clase, porque la tiene, es simplemente que para mí están en categorías diferentes. Si Roger Federer es (siempre a mi humilde parecer) el paradigma del tenista desde un punto de vista técnico, Rafa Nadal ejemplifica a la perfección todos los valores que entiendo que debe reunir un deportista de élite: entrega, constancia, afán de superación y sobre todo una infinita confianza en uno mismo y en su capacidad para romper todas las barreras que se le pongan por delante, ya sean rivales, lesiones o problemas extradeportivos. Todo ello, además, sazonado con innumerables triunfos y, lo que es más importante, con unos inmejorables valores humanos, lo que le convierte probablemente en el mejor deportista español de todos los tiempos.

Me encanta Rafa, y disfruto con sus victorias como las gestas deportivas que son. Cuando Nadal vencía a Federer en sus primeros duelos sentía una alegría inenarrable, por lo que significaban esos triunfos del joven aspirante ante el dios del tenis. Pero ahora, cuando los resultados se empeñan en demostrar una y otra vez que quien gana es el mejor (y que por tanto el mejor es Rafa, ya desde hace tiempo), me duele un poco comprobar que aquel a quien yo siempre he considerado el tenista por excelencia vaya a retirarse sin haber conseguido doblegar a Nadal en la arcilla de París. Por todo ello, aunque esa misma sociedad que en su día me obligó a elegir un equipo de fútbol ahora me empuje a tomar partido por mi compatriota y a quejarme ante la reacción del público de París, yo reivindico mi derecho a no tener que elegir (y a comprender a quien se decida por el suizo). Me encanta Federer. Eres muy grande, Rafa.

Nota: La imagen de la cabecera reproduce las míticas fotos de Custer abrazado tras su derrota en Little Big Horn y Federer abrazado tras sus lágrimas por la derrota en el Open de Australial 2009.

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11 Comments on "NADAL VS FEDERER: EL DERECHO A (NO) ELEGIR"

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auparojillos
12 years 11 months ago

No hay duda, sigue cuadrando: tras esa fachadita formal de yerno ideal, estoy seguro de que Federer es mucho más salvaje y pirado, si te fijas bien tiene una mirada de tío desequilibrado…pero lo oculta muy bien.
Rafa tiene los pies más en el suelo.

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